lunes, 9 de julio de 2012

Un hasta cuando


Y al fin, se acaban las palabras,
Ya no queda tiempo
Solo dudas.
No habrá reloj de arena
Que marque un final,
Ni un punto que separe nada.
Solo un silencio...
¿Y después?


Después, si no queda lo mismo
No puedo ser lo mismo.
Ya he perdonado, sufrido y querido
Más de lo que me han ofrecido.
Si  tiene que ser diferente,
No puedo quedar igual.

lunes, 14 de mayo de 2012

Coeurs




Que no es que no pueda, es que quiero
saltar este estribo, levantar el junco,
volar sobre tu infinito rubio.

Porque me bate en los cuatro costados.




Todo se ha perdido en el salto del mundo.

Y no olvidarás que lo que quiero, firme y sincero,
es el corazón agarrar.










domingo, 6 de mayo de 2012

Todo vuelve a comenzar


Todos saben lo que se podía esperar de un invierno así,
como todos saben lo que nunca trae el viento.
Todos me decían lo que pasa si das estos pasos
por el camino con más piedra del lugar.
       Cómo se pasa
       Cómo te paras
       Cómo te pesa
       y cómo te partes.

Pero qué pasa cuando te ves pensando como si fueras un árbol,
cuando no toleras que ni una palabra mate el silencio,
o cuando ves el barranco y dices "Tierra, trágame".

Cuando inesperadamente buscas mirar en el fondo de los ojos
y ves que tu pequeño yo sigue tus pasos a zancadas,
cuando no te crees que hayas tropezado 3 veces ya
con las mismas piedas del camino.

Cuando no te crees que esa enfermedad era para siempre
pero sospechas que te ha tocado otra vez.

En verdad, todo el mundo sabe que la sospecha
es la primera forma de fe que existe.

Basado en Mishima, "Tot torna a començar"

sábado, 31 de diciembre de 2011

El día que perdí mi olor.

Tropecé mientras iba a allí,
y allí era el fondo blanco,
el fondo blanco donde sonaba
la música que decía
como caía la nieve.

Era el día más frío del año,
un día del que me habían advertido
que no me dejaría salir.
La frontera esa esa pequeña luz,
una pequeña e insignificante luz
al final del camino.
O eso me han dicho.

No puedo ya moverme.
He perdido el tacto, y no siento como el viento me roza.
He perdido el oído, y sólo oigo en el fondo la música.
Ya no puedo ver, y sigo buscando una luz.
Hoy he perdido mi olor. Y no podrás encontrarme.

Soy como un muñeco de nieve.
En medio de todos, pero junto a nadie.
Los brazos abiertos, pero pueden derrumbarme
si se acercan a mi lado.
Sólo miro al fondo, a ver si aparece algo.
Y no huelo a nada...sólo soy nieve...como la nieve que sigue cayendo
y tapándolo todo.

viernes, 9 de diciembre de 2011

#387

Y es hoy entre los acordes cuando tu magia ya no funciona.

Cuando las lágrimas se esconden, fluyendo hacia dentro.

Tapadas por un telón de acero

Que me corta el aire,

Que me lleva lejos del mundo.

Perderé la sangre entre los dedos

Desangrándome con mis propias heridas

Por la fuerza de la estupidez.

Que hoy solo puedo querer el aire,

Hablarle a la nada,

Tocar la música de las estrellas

Y ser el loco que le hablaba a la Luna.

lunes, 28 de noviembre de 2011

La gran explosión, parte II

Cada vez más y más sentía que tenía que pasar, que no aguantaría ni el respirar como siguiera así, y que tarde o temprano me rompería en una onda, y sólo esperaba que no me pasara en público. Aunque de poco valía eso: fuera donde fuera, la gente iba caminando hacia cualquier lado, con la boca entreabierta, los ojos mirando a cualquier parte y, sin darse cuenta, con la mano haciendo un puño contra el corazón. Quieren agarrarlo, sí, también quieren hacerlo explotar, romperlo antes de que les mate a ellos…antes de que hiciera daño a quien no debería. La Enfermedad de la Explosión era ya una epidemia en todos los corazones de la ciudad.

Nada, nada lo paraba, y nunca paraba. Había leído sobre gente que por culpa de un virus se ponían cada vez peor, todo porque ese extraño ser les invadía la sangre y se expandía por todo el cuerpo. Esto, si no igual, era peor: ¿qué hacer cuando lo que comienza a mover tu sangre, lo que empieza todo y lo que te da vida, es lo que verdaderamente va mal? Cuando no sabes en qué momento, eso que parece tu fuente de vida, será el causante de tu muerte. De hecho, no sabía qué pasaría. No se sabía cuál sería el fin, el paso final y posterior a la gran explosión que nos aguardaba.

Latía, latía y sólo latía. Y no hablo ya del corazón, hablo de mí. Era yo quien lo hacía, sin parar, sin encontrar remedio. Me he dado cuenta que yo soy lo que está crujiendo, lo que está a punto de romperse. Pero, ¿tan malo sería? ¿No sería el mejor final? ¿Acaso podía imaginarme algo mejor, o había otra cosa que al final pudiera hacer?

Empecé a verlo de esta otra manera. Nadie había encontrado otra explicación, y nadie había encontrado otro remedio. Quizás no tenía que luchar contra el latido, sino dejarlo. Nadie lo había pensado así, pero era posible. “Si duele, es malo, y hay que evitarlo”, pensábamos. A nadie se le ocurrió que lo que había que hacer era dejarlo tal cual. Pues tras amontonarse todo, creían que el problema de verdad era que explotara, que la explosión era la enfermedad. En verdad, la explosión era la cura. Lo bueno era poder explotar.

Tengo que explotar.

Acabo de llegar a casa. Hoy era un día exactamente igual que…igual que el resto. En verdad nada diferencia uno del otro. De hecho, yo tampoco he cambiado nada. Soy exactamente igual que ayer. Estoy exactamente igual que siempre. Me senté en la cama mirando un poco al vacío de la pared, y notando cómo la cama se amoldaba a mí, sin hacer yo nada. De repente, empezó.

Mis brazos empezaban a hincharse, mis piernas pesaban como tanques llenos de algún líquido denso y oscuro. Mi pecho empezaba a no notarlo siquiera, y mis tripas…mis tripas empezaron a volverse locas. Tuve que abrazarme a mí mismo como podía: rodeándome el abdomen, agarrándolo con fuerza, como para hacerle callar. Seguía agitándose, y llegué a clavarme las uñas en la carne como para hacerle el daño necesario para asustarlo. Pero eso no paraba. Y no se detuvo sólo en mis tripas: mi pecho, que parecía estar muerto y frío, empezaba a agitarse de una manera enfermiza. Pasé a intentar abrazarlo para ver si se callaba también. Me imaginaba la escena y era patética: yo intentando abrazarme a mí mismo de mil maneras, y ninguna me convencía para lo que ni siquiera podía explicar que me estaba pasando. Cerré los ojos, y los cerré creyendo que al hacerlo todo desaparecería. Los cerraba con tanta fuerza que hacía salir las lágrimas de donde quiera que de verdad venían. El corazón no paraba. Nada lo callaba, nada lo paraba. Me tumbé sobre la cama, encogido como un niño pequeño, para ver si así podía abrazar aquello con más fuerza, y así evitar que saliera de mí. Pero creo que provoqué lo contrario, pues cuánta más fuerza ponía, más latía lo que llevara dentro. Me dolían los ojos, mis uñas estaban ya casi dentro de mi piel, y seguro que desde fuera mi cuerpo entero parecía que estuviera teniendo un ataque de algo raro. De repente, empecé a gemir, de una manera muy infantil. Pero me di cuenta que quería hacerlo más fuerte, y abrí más la boca y dejé que saliera. Empecé a gritar. Gritaba de una manera rara, en la oscuridad en la que me había dejado, a ratos sin fuerza y a ratos como estallando. Me volqué contra mis sábanas, y empecé a gritar con más fuerza, viendo que éstas amortizaban mis ruidos. Hundí mi cara en la cama como queriendo esconderme mientras gritaba, pero no desaparecía. No podía parar. No quería parar aún. Chillaba a la nada sin remedio, mientras algo en mi cuerpo, que ni siquiera veía ni sabía dónde estaba, intentaba desgarrarme. Empezó entonces a dolerme algo seriamente en el pecho. No era la agitación o la angustia de otras veces, esto era distinto. Algo se me estaba clavando contra el pecho, pero venía de dentro. Creo que después volví a hundir la cara, y acto seguido noté cómo estalló…

No me acuerdo de qué ha pasado. Sólo abrí la boca…y lo dejé salir. Creo. Me noto sudoroso. Estoy lleno de arriba abajo, por lo que no sé si esto en mi cara son lágrimas o qué otra cosa. Creo que he explotado. No sé para qué…pero creo que lo he hecho. Sí, creo que sí.

Definitivamente


…sí, sin duda.


He explotado.






domingo, 27 de noviembre de 2011

La gran explosión, parte I

Un día, hace ya un tiempo, me desperté con una sensación rara. Noté al rato que era como si hubiese algo incómodo en el cómo estaba puesto. Sin embargo, no era algo que estuviera en la cama y que estuviera siendo molesto, ni una postura incómoda, ni la presencia de alguien. Sé que suena raro como suena, pero era como…como si el origen de esa incomodidad estuviera dentro de mí.

Esto es una locura, pensé. Se pasará según avance el día. Admito que si no pensaba en ello, no parecía que hubiera nada, ni tampoco recordaba la sensación de por la mañana. Pero si me paraba en algún sitio, de repente, volvía. Hablaba con la gente, y podía hacerlo de cualquier cosa, y durante el tiempo que quisiera…pero al acabar de hablar, volvía. Era muy extraño. Pero más raro fue ver que, al día siguiente, al levantarme, lo volví a sentir. Pasó una semana, y seguía igual. Temblaba sin darme cuenta simplemente con recordarlo (y cómo no, luego volvía a mí de verdad…). ¿Qué era aquello que había dentro de mí?

Así comenzó el horrible periodo de mi pequeña y singular enfermedad.

Nunca paraba. Al empezar el día, me despertaba con el presentimiento de que en cualquier momento aparecería. Al acostarme, me metía en la cama con el remordimiento de no haber logrado deshacerme de él. Nunca, nunca paraba. No siempre aumentaba, y debería decir que cuando estaba enfrascado en algunas conversaciones, sí conseguía olvidarme de que estaba ahí.

Excepto si mencionaban palabras como “corazón”. En ese momento, todo me señalaba y tenía que bajar la cabeza, con incierta vergüenza. ¿Por qué me sentía tan mal? Bueno, si temblaba al oír esa palabra, era porque casi hacia de contraseña, más que algo que lo oía y simplemente me resonaba. Era sólo pronunciarla y me volvía ese extraño temblor, un temblor con un comienzo, como un foco, pero que acababa extendiéndose por todas mis vísceras, por mis miembros y dedos, hasta llegar a mis ojos y mi boca.

Dije que era sólo un temblor que se repetía, pero no era así. Y de hecho, no era sólo agitación. Era sólido, algo que ocupaba un espacio dentro de mí, no tengo duda. De repente, mi corazón se llenaba y se tensaba cómo nunca me había pasado, y aquello que lo expandía de repente se fugaba por todos lados. Pero lo peor era que en verdad notaba que no se iba: se tensaban tanto los músculos que parecían desgarrarse, como queriendo salirse fuera de mí. Más de una vez mi reflejo había sido de echar mi mano a mi pecho izquierdo y querer arrancarme el corazón. Pero no agarraba nada que estuviera a punto de explotar.

Llegué a leer, en uno de mis últimos intentos por averiguar qué me pasaba, que a veces había cuerpos que se ponían a arder sin razón alguna, así, de repente. Y que hay células que se rompen de repente aún dentro de nuestro cuerpo. Esto me hizo pensar que podía ser igualmente uno de estos fenómenos, digamos, “espontáneos”, una de esas enfermedades raras, lo que me pasaba. Puede ser que los cuerpos explotan también por azar. Puede ser que, al igual que les pasa a las bombas, algo dentro de ellos reaccione en un solo segundo y, tras ese segundo, la energía que se produce tenga que salir por algún lado. Sonaba muy extraño decir que mi cuerpo era como una bomba, pero cuando me quedaba en silencio, mi cuerpo lo confirmaba: algo tenía dentro, y quería salir. Más bien, “aquello” quería explotar.

Así es como di con la Enfermedad de la Explosión. Resultó que había decenas, cientos de personas que la tenían sin saberlo. Cuánto más lo contaba, más gente me decía que también le pasaba, o que le pasó algún tiempo antes, y me contaban de aquellas veces que estaban tan cargados dentro, con tanta presión, que no podían ni hablar. Que cuando se agarraban a la barandilla en las escaleras, en autobuses o en el metro, apretaban tanto la mano que era como si quisieran romper la barra. Quizás en algunos casos antes de explotar habían hecho algo parecido a una “implosión”, pues notaban que el aliento se les precipitaba hacia dentro, y que todas sus fuerzas se les escapaban hacia sus tripas. Pero éstas estaban vacías, no había nada dentro…y sin embargo, sentían que iban a explotar.